sábado, 8 de octubre de 2011

La Estación Humo


Daniela Tena. Florencia-Venecia. 2010

¿Llegarías a destiempo? 
¿Llegarías?
Cuando todo tarde
la puerta del vagón cerrada
o el tren ya lejos en las montañas.

Cuando la duna ya esparcida [desaparecida]
en la arena.
Cuando mi mano ya tomada
por la mano amada
que no podré soltar.

Entonces veré aparecer tu mirada
en los reflejos estación.
Tren en estampida
luz de lo que se marcha.

¿Te reconoceré en el sombrero saco
luces de media noche?

¿Me reconocerás en el cabello viento
de esa última mirada?

Y cuántos sueños quedarán
detrás de mío
al lado tuyo
en la valija.

Del lado mío
un temblor de labios
sobre el cuello,
presencia tibia
unas manos que descubren mi cintura.
Seré su esposa
y no la tuya.

Allá lejos
sobre el polvo andén
quedarán nuestros sueños
abandonados en la valija
en la estación humo
de ese 1920 sepia.

Una última mano sobre la ventanilla,
rumor de máquinas.
Una última lágrima,
rojo vestido de satén.
Un último gesto,
el sombrero en tu pecho
cabello fino sobre la frente.

Yo me marcho en el tren
tu te vas andando sobre tus pasos.

La valija se queda ahí
sobre el polvo andén
en la estación humo
de ese 1920 sepia. 


Daniela Tena
(Mezcal. Octubre, 2011)

miércoles, 24 de agosto de 2011

De los mil Adanes

Me he bebido tantos hombres,
que ya no distingo una añada de otra.
No queda un centímetro de mi piel
donde no hayan intentado tatuarme virilidad y hombría.

Y tanto he ido de sexo en sexo,
que me provoca agujetas abrirme de piernas.

No hay respiración a la que no haya encontrado la cadencia y el compás.
He conocido los alientos afrodisíacos y los fétidos
y aprendido distintos rituales de desnudo del alma.

Y tan cansada estoy,
que me asquea el bostezo de las sábanas desordenadas que hieden a vicio.

Mis carnes han padecido numerosos ictus,
desde la muerte dulce,
hasta el desinterés y empalago.
No hay palabra eyaculada que no haya escuchado antes.

Y como ya no me queda ni sed, ni parte pudenda a descubrir,
me he convertido en disidente de la falocracia,
ebria de la reciedumbre,
saturada de tal cantidad de lucha y baile.

Merlot

A ellas

Malditas aquellas que ofrecieron el fruto de su jardín prohibido esperando ser recompensadas.
malditas,
Y las que se callaron y no osaron levantar la voz en presencia del primero de los creados,
ellas, también malditas.

Malditas, las que agacharon la cabeza ante vejación o insulto.

Malditas las altruistas,
Malditas las que sacrificaron su vida por mantener comida y bebida la camada,
las que dijeron sí, cuando deberían haber dicho que no
y las que amanecen las primeras para preparar el desayuno.

Malditas las que usan sus grandes virtudes como armas
las que niegan la inteligencia
y las que se dejan ganar,
las que acortan la falda,
las que no denuncian, ni protestan,
las que quieren sin condición,
las que apoyan bajo cualquier circunstancia.

Malditas, todas vosotras, que regáis nuestra desgracia. 

Merlot

Miento

Finjo morir dulcemente,
Engaño con el volumen de mis senos,
Disfrazo el paso de los años,
Disimulo la ausencia de compañía
Y me invento amantes.

Miento al silencio.

Ninguneo a los que se creen mejor que yo.
Mis tropiezos cotidianos
Son batallas apoteósicas para el resto de oídos

Y además he cubierto los espejos.
Evito que ellos también me mientan. 

Merlot

De la plata


Segundón.
Segundo tras el primero,
primero de los segundos.
Sesenta segundos después del más veloz,
seis centímetros más corta
y sólo sesenta milímetros por debajo de la más larga.
Ni senil selecto,
ni sesera,
ni seso agudo.
Siguiente segmento de la selección previa.
Archisegundo y siguientísimo.
Harto del segundo
y seguro de estar harto.
Dueño de la plata,
sin premio,
ni consuelo,
anodino,
mediocre.
Nadie al fin
y al cabo nadie. 

Merlot

De lo que me gustan tus ojos (y lo que me gustaría hacer con ellos)

Voy a hundir índice y pulgar en tu cuello por ambos lados hasta que las yemas de ambos se toquen.
Te ataré una soga de esparto a los tobillos y te colgaré del techo.
Retorceré tus intestinos y haré nudos dobles con ellos.
Y de tu piel me haré un bolso.


Voy a sacarte el cerebro hurgando por los orificios de la nariz.
Apagaré las colillas en tus antebrazos.
Te estiraré de las pestañas hasta quedarme con los párpados en las manos.
Te empalaré en un palo tan alto como la más alta de las cosas; entrará por tu sexo, recorrerá tus entrañas y desgarrará tu garganta al salir.
Y de tus dientes un collar.


Voy a arañar las plantas de tus pies y te despegaré las uñas una a una.
Me divertiré haciendo encaje de bolillos con tus venas y coseré tus heridas para volvértelas a arrancar.
Y de tu cabellera un felpudo para limpiarme los pies.

Hervidos y aliñados con perejil, aceite y sal, voy a comerme tus ojos.
Y de tus tripas adornos de Navidad. 

Merlot

martes, 23 de agosto de 2011

De grandes cajones

Mi abuela tenía un arca llena de vestidos inacabados. Bajos torcidos, escotes imposibles, desgarros, cremalleras rebeldes...y así, un millón de abortos. A pesar de todo, ella se había fabricado su ropero; el continente y el contenido.

Cada vez que llegaba el verano aquel enorme cajón servía también para guardar las mantas que nos arroparon durante el invierno y entonces llegaba la bofetada en forma de pespunte. Allí estaban los errados y fracasados vestidos; los que harían enrojecer a la más perfecta de las costureras. Derrota tras derrota se apilaban para dejar hueco a la ropa de invierno y con cada uno aumentaba el enfado y la autoflagelación. Pila que cada año crecía, pues siempre había una ligera inclinación en aquellas costuras que no lograba satisfacer su demesurada exigencia. Ella, que además de acumular surcos en el rostro, arrastraba pesimismo, intentaba engañarse y convencerme a mí del mismo tiro: "son mi memoria, me ayudan a no tropezar con la misma piedra" -decía y calmaba su frustración. Consuelo barato. Por supuesto, se acumularon hermanos de defecto. Descansaban uno al lado del otro, vestidos muertos de la misma enfermedad, del mismo tropiezo con la piedra de siempre, del mismo error.

El verano lleagaba y con él, el repaso vergonzoso. Aquello era, para una mujer tan entera como mi abuela, un bochorno. Afortunadamente adquirió un dominio casi perfecto en estas artes y a mis nueve años el incremento de tropiezos disminuyó hasta desaparecer. Sin embargo, la rutina estival no perdonaba.

Yo, que me ponía sus tacones y repetía sus comportamientos, me fabriqué un cajón también para mis desaciertos. No tiene paredes de madera robusta, ni huele a naftalina, pero se abre regularmente y en él escondo mis meteduras de pata.

A la anciana en la que se estaba convirtiendo, empezó a fallarle el sistema nervioso y abandonó aquella ocupación por labores que requerían menos exactitud y rigor y un día, antes de que las manos se volvieran imprecisas, en aquel estribillo veraniego, hizo desaparecer sus sofocos.

Amiga de las ceremonias alrededor del fuego donde ardían diversos enseres, enemigos del orden y la limpieza, la imaginé saltando y conjurando, observando como aquellas prendas quedaban reducidas a cenizas; ya se sabe, la ceguera no hace padecer al corazón. Desaparecidos los vestidos, yo los hacía pastos de las llamas. Sorpresa la mía, cuando, a la hora de dormir, esa misma noche, me arropó con aquel colosal trabajo de patchwork. De sus desatinos hizo jirones de tela que cosió unos contra otros para convertilos en aquel mosaico de erratas con el que me tapó.

Ahora duermo con edredones mucho menos laboriosos en la fabricación y de menos significado, que colonizan las camas de instrucciones de montaje imposibles y caigo en los brazos de Morfeo después de haber repasado los míos, mis deslices. Aún busco la manera, a modo de colcha redentora, de deshacerme de mis traspiés y dejar de almacenarlos en el cajón.


Merlot

sábado, 13 de agosto de 2011

Rojo

Por Daniela Tena

Para L. por su belleza indómita

Quisiera increparte
ir a donde quiera que la tarde 
esté cayendo sobre tu piel
y arrancarte a dentelladas
de ese espacio en el que no estoy
de esa calle por la que andas
de esa gente a la que miras.

Arañarte las ganas,
morderte el deseo
destrozar tu discurso
con mi lengua
con mis uñas
con mis dientes.

Tener voz para alcanzar
tu costado con una flecha
violentarte
hacerte mío
aullarte con el hambre
gritarte con esta sed
temblar contigo
temblar de ti
atravesarte la pelvis
con el golpe de guerra de mis caderas.

Mírame,
estoy roja
soy un incendio
has puesto vivas las brazas rojas de mi sangre
mi mirada roja
mi boca roja
mi sexo rojo
mi locura roja
mi animalidad roja.

Me irritas
me enfureces
me inflamas
me descolocas
me envenenas.

Soy el mar
La boca que se hincha
Una marea de espumas 
y vientos de palmera.

Y yo te busco encajando tu silueta 
en cada hombre que camina,
intentando hacer de este tortuoso 
tiempo de la pasión que espera
un temblor erguido
en la sala roja de mi casa.

Mezcal